Miércoles. Ocho de la tarde. No llueve.
Sentada en mi cama frente al espejo. En el espejo se refleja la ventana. Por la ventana aparece una montaña, y tras la montaña se esconde el sol.
Hace un par de días esta imagen casual pero hermosa era impensable.
¿Abrir la ventana? Imposible.
Hoy lo sencillo se hace esencial: ver el atardecer.
Y es que este invierno está siendo demasiado duro. Pero eso no me preocupa, lo que me aterra es su rareza...
La nieve llegaba a Sevilla...las inundaciones cortaban las carreteras y eso nos impedía volver a casa...el temporal arrancó de cuajo una de mis ventanas...mis paredes son de sabor a stracciatella...
Nunca antes había sentido la furia del viento, que gritaba como loco hace dos noches, provocándome verdadero pavor.
¿Estaré sugestionada por las películas catratrofistas?
La última de ellas ha sido The Road (La carretera). En ella el fin del mundo sólo es la causa de las consecuencias narradas, pero te hace salir de la sala de cine con la conciencia hundida y la culpabilidad por las nubes.
Algunos pensaréis que me equivoco, que soy demasiado exagerada, o, tal como asegura mi madre: "todos los inviernos decimos lo mismo, y todos los inviernos llueve".
Yo creo que no.
El invierno pasado fue duro. Era mi primer invierno fuera de Sevilla -la ciudad con seguro de sol 360 días al año- y la lluvia constante era inesperada y latosa. Pero no recuerdo haber tenido que rodear Jerez porque la autovía estuviese cortada. No recuerdo que nadie me llamase para celebrar el "agua-nieve". No recuerdo haber pasado 5 tardes seguidas en casa porque hubiese alerta.
¡MALDITO TEMPORAL!
Y nos quejamos por minucias.
¿Qué pasa con los terremotos? Tan seguidos...
Y la ola catalana que ha dejado varios muertos en un crucero...
Las carreteras colapsadas en Barcelona por la nevada...
Il Duomo florentino "encalao"...
O el ensayo de tsunami gaditano hace una semana...
Yo sí creo en el fin del mundo. ¿2012? Tal vez no, pero es un hecho que nos estamos cargando el planeta. Es culpa de todos. Es la realidad. Y un día dirá basta.
Tal vez haya llegado el momento de extinguirnos y darle una segunda oportunidad a los dinosaurios.
Me encanta esa frase final. Es muy ingeniosa y profética, y me recuerda al famoso relato de Augusto Monterroso.
ResponderEliminarMe alegro mucho de que sigas adelante con tu blog. Me hace mucha ilusión y me produce gran placer leer lo que escribes. Leer tus palabras es como besarte en los labios, o como darte un achuchón o hacerte un "fu".
Te amo, mi jaspe calentito!
Que sí, hermana, que sí, aquí pasa algo, si no ¿por qué iba yo a hacerle tres entradas de mi blog al tiempo?
ResponderEliminarQue apsen cosas, vale. Pero, ¿todas a la vez?
¡No! Al planeta Tierra no le queda mucho, y como digo siempre, que Dios o quien sea nos coja confesados...
Y no quiero darle ninguna oportunidad a los dinosaurios, a mí me gusta comérmelos en galletas.
Bueno, mi comentario sobre esta entrada está incluido en el anterior que te he dejado, jejeje.
ResponderEliminarComo te decía, es probable que el fin del mundo esté por llegar; pero de momento en lo que debes pensar es en que este fin de semana ha salido el sol. Y esperemos que dure... a ver cuáles son las predicciones que nos da mi amiga Rosa en los informativos de la Cope, jejeje.